Un pequeño gran clásico escondido en Prime Video

Los cañones de Navarone (1961), la primera novela del escritor escocés Alistair MacLean (1922-1987) que se llevó al cine, fue un rotundo éxito, tanto de crítica como de público. Nominada al Oscar a la Mejor película y a otras seis candidaturas más, de las que ganó la de mejores efectos especiales, todo el mundo salió contento y así fue como MacLean se puso de moda en la pantalla.

Carl Foreman, el guionista de esta película, y de Solo ante el peligro (1952) y El puente sobre el río Kwai (1957) entre otras, no se apartó mucho de la novela, fidelidad a la trama ideada por Maclean con algunos pequeños cambios (los dos hombres de la resistencia griega que ayudan a los protagonistas se transformaron en el cine en dos mujeres, interpretadas por la actriz griega Irene Papas y Gia Scala, la actriz inglesa que se suicidó en 1972 a los 38 años). 

Como MacLean fue muy prolífico, había material para que el cine se empapase bien de su nuevo descubrimiento. Entre 1955 y 1986, el escocés publicó más de 30 novelas, como Ice Station Zebra (Estación Polar Zebra), Where Eagles Dare (El desafío de las águilas), Force 10 From Navarone (Fuerza 10 de Navarone) y Bear Island (Operación Isla del Oso), todas llevadas al cine y todos éxitos, excepto la última.

Vanessa Redgrave y Christopher Lee

Bear Island se publicó en 1971 y fue adaptada al cine ocho años después. La novela se podría definir como un cruce entre King Kong, cualquiera de sus tres versiones (1933, 1976 o 2005), y Death on the Nile (Muerte en el Nilo), la historia de Agatha Christie adaptada al cine en 1978 y 2021. De la primera nos quedamos con un grupo de gente del cine que viaja a un lugar remoto para rodar una película, ya sea la tropical Skull Island (Isla Calavera) en alguna parte del océano Índico o la gélida Bear Island. En la novela, MacLean define este lugar como “La costa más desierta e inhospitalaria del mundo (…) El espectáculo más imponente, pavoroso y horripilante que hubiera tenido nunca la desdicha de observar (…). La desolación era aterradora (…) Un lugar siniestro, perverso y temible, un sitio lleno de presagios de muerte”.

En el barco conviven los actores y actrices con el director, los productores y los miembros del equipo técnico y artístico. Su destino está al norte de la costa de Noruega, entre las aguas del mar de Barents, del Mar de Noruega y del Mar de Groenlandia. Se puede buscar en el mapa porque Bear Island existe de verdad. 

Los personajes de Agatha Christie viajan de crucero por el Nilo y van siendo asesinados. Los de la Isla del Oso se van a un escenario mucho más frío, pero no se libran de ir cayendo víctimas de un potente veneno. Hay un asesino a bordo del barco Morning Rose y el protagonista, el doctor Marlowe, contratado como médico para el rodaje, deberá desenmascararlo.

La película de 1979 no puede ser más distinta, tanto, que uno se pregunta para qué compraron los derechos de la novela. El objetivo era hacer algo del impacto de Los cañones de Navarone y todo parecía apuntar en esa dirección. «Será una película tremendamente buena», anunció Los Angeles Times cuando comenzó el rodaje en noviembre de 1978 subrayando que sería la película más cara realizada en Canadá hasta ese momento, con un presupuesto de más de 9 millones de dólares y un reparto estelar encabezado por Donald Sutherland, Vanessa Redgrave, Richard Widmark, Christopher Lee y Lloyd Bridges.

Sutherland interpreta a Frank Lansing, traumatizado por su pasado: su padre fue un héroe de la Alemania nazi en la II Guerra Mundial, un hecho que no logra superar. Redgrave es Heddi Lindquist, doctora en psiquiatría de nacionalidad noruega y Widmark es un alemán que quiere hacer justicia por las atrocidades que cometió su país. Todos forman parte de una expedición que viaja a la Isla del Oso para investigar las alteraciones climáticas que se están produciendo en el planeta. En la isla hay actualmente una base de la OTAN, pero antes, durante la II Guerra Mundial, fue una base de submarinos alemanes. Hay mucho en juego: los nazis escondieron oro, la OTAN clausuró la isla y ahora alguien quiere aprovechar la expedición para recuperar el tesoro.

El productor Peter Snell estaba entusiasmado: “El objetivo es encontrar algo que la televisión no pueda ofrecer. Tienes que pensar en el espectáculo. Tres de cada ocho hogares tienen una novela de MacLean y ciertamente sus novelas se venden mejor que las de Ian Fleming. Las películas de James Bond se están quedando sin trucos. La aventura de acción siempre funcionará mejor a largo plazo si te mantienes alejado de los trucos”. Snell se mantuvo alejado de los trucos y del texto original, pese a que el productor aseguró que el escritor estuvo en todo momento informado de los cambios y los apoyó. El más significativo fue eliminar al equipo de cineastas de la novela y poner en su lugar a una expedición de científicos que viajan a la Isla del Oso. “No creo que puedas hacer películas sobre equipos cinematográficos. Esta es una historia de acción y aventuras”, zanjó Snell. 

En cierta forma, colocar a un grupo de científicos y espías en la Isla del Oso tenía más sentido que la gente del cine que aparece en la novela. Al fin y al cabo, la trama que vertebra todo tiene que ver con el saqueo por parte de los dos bandos de obras de arte, dinero y lingotes de oro tras la Segunda Guerra Mundial. Según Snell, MacLean estaba al tanto de todo porque “yo soy lo más parecido a un socio que ha tenido. Por lo general, los productores compran sus libros y lo siguiente es que le invitan al estreno. En mi caso, hablo por teléfono con él regularmente en Ginebra, donde vive, y le consulto los cambios”.

Snell fichó al director Don Sharp, que había colaborado en una adaptación de Puppet on a Chain (Muñecas ahorcadas) (1970), según la novela de MacLean, venía de Hammer Films y como director tenía en su filmografía películas de suspense, de terror y comedias. Snell y Sharp trabajaron en el proyecto durante varios meses a mediados de la década de 1970, pero todo se paró cuando se quedaron sin fondos. Sin embargo, tiempo después el proyecto se reactivó.

Ice Station Zebra (Estación Polar Zebra) (1968), dirigida por John Sturges y protagonizada por Rock Hudson y Ernest Borgnine, iba sobre el rescate en el Polo Norte del personal de una estación meteorológica. Y se rodó íntegramente en los estudios de la Metro Goldwyn Mayer de Culver City. Snell no quería eso para su película. “El público no reacciona bien si ruedas con nieve de estudio”.

Así que todos rumbo a Glacier Bay, un Parque Nacional situado en la costa del océano Pacífico de Alaska. Tres meses para un nada tranquilo rodaje en exteriores. Vic Armstrong, a cargo de la segunda unidad, y Don Sharp fueron un día en helicóptero para explorar una montaña y se quedaron atrapados durante cuatro días debido al mal tiempo, sin comida ni ropa adecuada; sobrevivieron metidos en el helicóptero. En otro momento, el rodaje tuvo que parar una semana debido a la cantidad de nieve que había caído. Pero lo peor fue la muerte del piloto de helicóptero John Soutar en un accidente.

Tiempo después, Sharp se sinceró y calificó de «tonta» la decisión de rodar en esos exteriores porque “aunque eran espectaculares visualmente y adecuados para la historia, la parte logística fue muy complicada”.

La crítica también consideró que la película era tonta. The Quarterly Review la llamó «asesinato en el Alaska Express” y The Observer sentenció que “tiene el mismo efecto anestésico que la congelación”. Algunos la medio salvaron. Como The Globe and Mail, que dijo que “quizás se podría esperar que fuera un gran desastre, pero no lo es: los paisajes del Ártico son impresionantes, y algunas de las secuencias de acción son emocionantes”, aunque el palo vendría después “en comparación con Los cañones de Navarone… es rutinaria: sangre, agallas y (un poco) de suspense intercalado con interpretaciones de una calidad espantosa y diálogos que hacen que uno añore los días del cine mudo».

La película fue un fracaso en la taquilla, pero “le fue bien” en una segunda vida en video.

Durante la preproducción, Snell anunció que tenía los derechos cinematográficos de otras seis novelas de MacLean, tres de ellas sin escribir. El productor estaba tan seguro del potencial de Bear Island que había planeado una serie de adaptaciones para estrenar una cada año en Navidad, comenzando con The Way to Dusty Death. Esa película nunca se hizo.

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