¿Por qué lo que le gusta al público los críticos lo ignoran o directamente lo desprecian? Puede que lo que pase es lo que dice Stephen King, es decir, que ellos, los críticos, parece «como si sintieran la necesidad de demostrar una y otra vez su capacidad intelectual. No hay nada tan carente de sentido del humor como un importante crítico de cine dispuesto a buscar significados ocultos en obras sencillas». En una escena de una película de Ingmar Bergman en la que tenían que aparecer cuatro personajes, lo hicieron tres, y los críticos se pasaron meses tratando de explicar el significado. Hasta que el director confesó: el día en que se rodó la escena en cuestión el cuarto actor se puso enfermo.
Algo parecido le pasó a William Wyler. Durante el rodaje de La alegre mentira (1935) su actriz protagonista, Frances Dee, se quedó embarazada. Ése y no otro fue el motivo por el que Wyler cambió su estilo narrativo, renunciando a los planos largos. La crítica buscó, como dice King, significados ocultos, cuando la respuesta era muy sencilla.
Claro que no todos los críticos de cine son unos pesados. Los hay hasta divertidos y con mucho ingenio. Billy Wilder recordaba que la mejor crítica de cine que nunca recibió fue aquella que consideraba una película suya como tronchante, «la cosa más graciosa que he visto en mi vida. Me reí tanto que le meé en la mano a mi novia». Aunque también están los que piensan que en general, como dice Michael Bay, los críticos de cine «no tienen el gen de la diversión. Me recuerdan a mi madre de 78 años. Le gustó la película, pero me dijo que era demasiado trepidante».
Tampoco hay que ir tan lejos como Ken Loach, que piensa que «la mayoría de la crítica de cine no vale para nada», y eso que él es un niño mimado del gremio. Billy Bob Thornton también cree lo mismo, aunque él es más agresivo. Para el actor y director, «hoy cualquiera afirma que es crítico de cine. Cualquier tarado que escriba en internet o tenga un blog se autoproclama líder de opinión mundial. Son tipejos que viven en el sótano de la casa de sus mamis, unos jodidos enfermos».
Más comedido se muestra Nicolas Cage al afirmar educadamente, y eso que él ha recibido por todos lados, que «los críticos tienen que hacer su trabajo, como todo el mundo. Pero lo cierto es que, al final, son un grupo de personas muy reducido, así que no me los tomo demasiado en serio». El actor sigue el consejo del escritor Bernard Shaw, que leyó una vez una mala crítica de una de sus obras, llamó al autor y le dijo: «tengo tu crítica delante, pero en breve estará detrás de mí”.
Pero tampoco conviene pasar mucho de ellos, porque cabreados pueden llegar a ser devastadores. Como muestra, esa comedia de importante presupuesto que recibió un demoledor comentario por parte de un crítico enfadado: “es tan divertida como un orfanato en llamas”.
De un crítico en acción no se libran ni los actores. Que se lo digan a Harrison Ford, cuyo declive comenzó cuando el Miami Herald dictó sentencia diciendo que «estaba mucho más divertido en Medidas extraordinarias (2010) que en Morning Glory (2010), y eso que aquélla era una película sobre niños con enfermedades terminales». O a Paul Newman, que recibió un tremendo golpe justo cuando empezaba su carrera. En The New Yorker dijeron que «recita sus diálogos en El Cáliz de plata (1954) con el fervor y la emoción de un conductor de autobús anunciando las paradas».
También están los que se lo toman con filosofía, como Mel Brooks. El genial cineasta repasó las críticas que habían recibido sus películas y llegó a la siguiente conclusión: «The New York Times dijo de Los Productores (1967) que era humor negro de adolescentes y que el protagonista estaba demasiado gordo. De mi siguiente película, Sillas de montar calientes (1974), en el periódico escribieron: “¿Qué ha sido de aquel genio que nos regaló Los Productores?”. Siempre he tenido buenas críticas en The New York Times, solo que con una película de retraso».
Muchos se lo toman con sentido del humor, como Gabino Diego. Fue a raíz del estreno de Las bicicletas son para el verano, y Fernando Fernán Gómez le dijo «medio en broma y medio en serio que las peores críticas que yo tuve en mis comienzos como actor eran dignas de ser recitadas sobre un escenario». Y eso es lo que hizo.
Vincent Price no necesitó «un álbum de recortes para recordar, palabra por palabra, lo que un crítico dijo de una de mis primeras actuaciones: “En la película sale un cierto Vincent Price, que interpreta el papel de moribundo. Cuando, por fin, se decide a morir el film mejora considerablemente”».
Todos ellos podrían consolarse con las palabras de Patrick McGillian al afirmar que los críticos de cine son, por decirlo de un modo suave, vulnerables. El escritor cinematográfico asegura que «un crítico de cine que afirma que su actitud respecto a una película no se torna más benévola tras un viaje con los gastos pagados a un lugar bonito y una sesión privada con la estrella, es un crítico tuerto».
Y además de tuertos, se equivocan. Hay miles de casos en la historia del cine de meteduras de pata, pero sirva esta como ejemplo, firmada por Joe Morgenstern del Newsweek: «Bonnie & Clyde (1967) me parece un sórdido film de tiros y mamporros para idiotas». Ahí tenemos un claro ejemplo de la superioridad moral a la que se refería Stephen King.