Cameron y Del Toro tienen el Oscar y una carrera brillante. Tarantino también, en su caso dos como guionista. Brian de Palma son palabras mayores porque es un veterano de Hollywood, una leyenda y “un auténtico genio para decir la frase inoportuna en el momento menos oportuna”, como dice Peter Biskind. Él, para vergüenza de la Academia, ni siquiera ha sido nominado. En realidad, los cuatro son maestros. Aunque cada uno de ellos tiene una película de la que se arrepienten, esa que piensan nunca deberían haber hecho.
En el caso de James Cameron es la primera de su carrera. “Trabajé en Los vampiros del mar (Piraña II) (1982) durante unos días y después fui despedido. Ni siquiera la pongo en mi filmografía oficial. No hay ningún tipo de conexión emocional con ella”. Dos años después debutaba “oficialmente” con Terminator. Para él, hacer la secuela del clásico de 1978 dirigido por Joe Dante, que nació a su vez del éxito de Tiburón (1975) fue un auténtico error.
Guillermo del Toro reniega también de una película de sus inicios. Fue el segundo largometraje de su carrera, el que rodó justo después del éxito internacional de Cronos (1992). “Adoro el género de terror y la última vez que lo traté de verdad fue en Mimic (1997), que fue horrorosa pero no por los motivos adecuados”. En realidad, esta historia de insectos depredadores protagonizada por Mira Sorvino y Jeremy Northam no nos parece tan horrible como dice el director.
Brian de Palma cree que se equivocó con una de las películas menos conocidas de su filmografía. “Me gustaría rehacer En nombre de Caín (Raising Cain) (1992), porque fue un proyecto que me dio mucha pena: pensé que era una idea fabulosa pero no la pude hacer funcionar”. El director rodó la truculenta historia de un psicópata que da miedo de verdad por la interpretación de John Lithgow después del monumental batacazo de La hoguera de las vanidades (1990). Luego su carrera se recuperó con Atrapado por su pasado (1993) y Misión Imposible (1996).
En cuanto a Quentin Tarantino, el director no cita una de sus películas como director, él borraría de su filmografía, y de hecho lo intentó, uno de esos fabulosos guiones que escribió para otros. “Oliver Stone hizo con mi guion de Asesinos natos (Natural Born Killers) (1994) lo que nunca quise: inventarse un origen psicológico barato en el que explica por qué los protagonistas hacían lo que hacían. Pedí que se retirara mi nombre de la película porque no quería que la gente pensara que la había escrito yo”.