El maullido del gato que arañó a Charles Chaplin

La noche del 19 de noviembre de 1924 ocurrió un suceso que a punto estuvo de cambiar la historia del cine. Esa noche, Charles Chaplin se libró por los pelos de ser asesinado. 

Si todo hubiera salido como estaba planeado, nos hubiéramos quedado sin The Gold Rush (La quimera del oro) (1925) y todo lo que Chaplin hizo después. Bienvenidos a Hollywood, “en la costa, frente al planeta Tierra, el único lugar donde la prensa y los admiradores carecen de escrúpulos en un entierro”, como se dice en la película The Cat’s Meow (El maullido del gato) (2001), en la que Peter Bogdanovich intenta desvelar el misterio de esa noche del mes de noviembre. El film comienza con la imagen de un ataúd que se funde con la de un majestuoso yate anclado en la bahía de San Pedro, en Los Angeles. Es el Oneida, y a bordo, la flor y nata del Hollywood de los años veinte, invitada por el poderoso y temido magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst (con una fortuna de 400 millones de dólares) para pasar unos inolvidables días navegando y celebrar el 43 cumpleaños de su amigo, el productor Thomas Harper Ince. 

Louella Parsons, la actriz Margaret Linvingston, Elinor Glyn –“la mejor escritora del mundo”, como la presenta Chaplin, y autora de la novela It, llevada al cine con Clara Bow– y una docena de personas más suben al yate. Todos están ahí y todos rinden pleitesía a sus anfitriones: Hearst y su amante, la actriz Marion Davies. El Oneida es el barco que transporta la esencia de una época, la del Hollywood mudo, un lugar donde “el que no bebe no es de fiar”. Allí, entre alcohol, bailes y rencores, se masca la tragedia. Hearst sospecha que su querida Marion tiene una aventura con Chaplin, y el hombre que inspiró a Orson Welles Ciudadano Kane ya tiene bastantes problemas como para aguantar encima una humillación, aunque venga de la estrella más famosa del mundo. El actor y director incluso quiere darle a Marion un papel en su próximo proyecto, The Gold Rush (La quimera del oro), el de Georgia (la corista) que había escrito originalmente para su prometida, Lita Grey. Esta es la película por la que Chaplin siempre quiso ser recordado y en una escena de The Cat’s Meow (El maullido del gato), vemos cómo surge la semilla para la que se convertiría en una de las escenas más famosas de la historia del cine: la de la bota servida como cena. 

Precisamente Charles Chaplin llegó a la fiesta en el mar preparado para afrontar el escándalo que estaba a punto de caer sobre él. Lita Grey va a ser su segunda esposa y se va a casar con ella el 26 de noviembre de 1924. La chica tiene 16 años y está embarazada. Lo peor es que era una melodía que todos conocían, pues su primera mujer, Mildred Harris, también tenía 16 años y estaba embarazada cuando se casó con ella en octubre de 1918. En The Cat’s Meow (una frase de la jerga popular que se utilizaba en la década de 1920 para señalar lo «realmente genial”) Chaplin intenta seducir a Marion y por eso está en el punto de mira de Hearts, pero no sólo de él. La prensa le tiene ganas por su variopinta, por llamarla de alguna manera, vida privada. En el libro Yo, Fatty, cuentan que Mary Pickford le gritó un día al pobre Roscoe “Fatty” Arbuckle tras el escándalo que acabó con la carrera del gordo simpático: “Charlie Chaplin se lo montaba con cantidad de menores. Ahora tiene tanto miedo de que Photoplay lo descubra que no se atreve a pasar con el coche por delante de una escuela primaria. Y yo casi tuve que esconderme en un convento de monjas después de mi divorcio. Gracias a ti nadie se divierte ya en esta ciudad”. 

Chaplin luego sentaría la cabeza y se casaría con mujeres que ya había cumplido los 18, Paulette Goddard (1936-1942) y con Oona O’Neill (1943-1977). Parece que en la primera etapa de su vida privada fue como Leonardo Di Caprio pero rebajando aún más la edad.

De Lita habla largo y tendido Kenneth Anger en su Hollywood Babylon, lo que puede ser bueno o malo, según se mire. El zorro Anger titula el capítulo dedicado a Lita como “Lo: Lita” y en él empieza aclarando con cierta maldad que “Chaplin asistía a los festejos que daban los demás -los de disfraces, no los escandalosos- pero nadie recordaba que él hubiera dado uno jamás”. Es decir, era tacaño y además estaba obsesionado con el trabajo. Su primera ninfa fue Mildred Harris, a la que conoció cuando ella tenía 14 años. Con 16 se quedó embarazada y se casaron. Él tenía 29 años. Y luego llegó Lilita McMurray, de padre norteamericano y madre mexicana, a quien Anger define como “descarada, aunque no inteligente” y asegura a continuación que Chaplin se fijó en ella por primera vez cuando ella tenía siete años. Fue en 1915 en un salón de té donde la madre de Lita trabajaba como camarera. Charlie le hizo pantomimas y poco después la niña ya aparecía haciendo gracias en las películas del cineasta. Cuando cumplió 16 años, Lita se convirtió en la amante oficial del astro y en su musa, destinada a un papel en La quimera del oro que no pudo hacer porque se quedó embarazada (el personaje terminó en manos de Georgia Hale, amiga de Lita, aunque Chaplin quería a Marion Davies). Chaplin y Lita se casaron en medio de un monumental escándalo. Él tenía 35 años y estaba acojonado. No era para menos. La madre de ella vigilaba como un perro de presa, frotándose las manos por 16 millones de dólares, que era más o menos la fortuna de Chaplin. Y ahí estaban los tres, el marido, la mujer y la suegra, instalados en la mansión de 40 habitaciones en Beverly Hills. Nada podía salir bien y nada salió bien. El divorcio fue portada de todos los medios, Lita y su madre largaron de lo lindo y se convirtieron en estrellas de la prensa del corazón (ahora paralizarían el país como invitadas de un programa de Telecinco y luego entrarían en la rueda de los reality shows, Lita en supervivientes, la otra en el plató comentando la jugada y luego la madre en Gran Hermano Vip y la hija como defensora). Chaplin a la hoguera, depravado, corruptor de menores (Lita aseguró que la había seducido y luego intentó que abortara). Lita amenazó con seguir largando, entre otras cosas sacar el nombre de Marion Davies a la palestra, con la que Chaplin se consolaba, según ella y según The Cat’s Meow. “Todo este asunto me ha envejecido 10 años”, confesó el cineasta cuando se acabó el infierno, el 22 de agosto de 1927. Lita “fue recompensada con 628.000 dólares y un vacilante Chaplin regresaba a Hollywood para reanudar su labor en El Circo (1928), interrumpida durante un año a causa del litigio”, según cuenta Anger.

Según la película de Bogdanovich, Hearst le pegó un tiro a Ince en la cabeza creyendo que era Chaplin (estaba de espaldas y se había puesto un sombrero). Un fatal accidente, una terrible confusión. Además de cargarse al hombre que creó el sistema de estudios e inventó el western, el magnate tuvo que fabricar la madre de todas las coartadas. El asunto se zanjó con tan solo tres palabras: “Infarto por indigestión…”, por tragarse una bala, tendría que haber añadido el médico que hizo la autopsia y que estaba naturalmente comprado. El suceso jamás se investigó.

Como dijo D.W. Griffith: “si deseas ver a Hearst volverse blanco, lo único que tienes que hacer es mentarle el nombre de Ince. Ahí hay mucha basura, pero Hearst está demasiado alto para atreverse siquiera a rozarla”. El viaje terminó con un pacto de silencio del que todos los que estaban esa noche en el Oneida se aprovecharon. La chismosa Louella Parsons, por ejemplo –presentada en el film como una idiota bastante pesada, cosa que no era–, se bajó del yate con un contrato de por vida en los periódicos de Hearst. En la película la interpreta Jennifer Tilly como si fuera tonta, pero lo cierto es que Louella fue durante 30 años la columnista más temida y con más poder de Hollywood. Otra que sacó provecho fue Margaret Livingston, que pasó de cobrar 300 a 1.000 dólares semanales. En cuanto a Chaplin, “el hombre que es solo fiel a sus películas”, rodó al poco tiempo The Gold Rush (La quimera del oro) (1925), y la pobre Marion, una alcohólica cazafortunas, según sus enemigos, triunfó con Show People (1928), película sobre el mundo de Holly­wood que sigue a una joven de Georgia hasta convertirse en actriz de éxito. La película, producida por la propia Marion junto a Irving Thalberg y King Vidor, estaba basada en la historia de Gloria Swanson. 

Chaplin estaba convencido que Marion era una gran actriz de comedia (como se puede ver en El maullido del gato, por todas las veces que se lo dice), pero el viejo Hearst se negaba una y otra vez a que su pupila diera el salto a ese género. Para su amante y protegida quería dramas más grandes que la vida, historia donde ella pudiera lucirse como la gran actriz que era. La comedia no estaba a la altura de su estrella, pensaba. Show People era una comedia y Hearst intentó que no la hiciera. Incluso intentó cancelar el rodaje días antes de que comenzara la producción. Al final cedió, pero fiel a su naturaleza, el viejo no permitió que su querida amante recibiera en una escena un tartazo.

Show People hablaba de Hollywood y muchos rostros conocidos aceptaron hacer divertidos cameos. La lista es abrumadora: además de Chaplin, Renée Adorée, Eleanor Boardman, Douglas Fairbanks, John Gilbert, Elinor Glyn, William S. Hart, Leatrice Joy, Robert Z. Leonard, Mae Murray, Louella Parsons, C. Aubrey Smith, Norma Talmadge, King Vidor, Claire Windsor.

Orson Welles le contó a Bogdanovich la historia del Oneida –yate también conocido como “William Randolph’s Hearse” (El coche fúnebre de William Randolph)– hace 30 años. Seguramente, el cineasta dio con ella cuando preparaba Ciudadano Kane. “Había varias cosas en ella que me recordaban a experiencias propias”, reconoce el director de Luna de papel, que no dice a qué cosas le recordaba exactamente. ¿Puede ser al asesinato de su novia, Dorothy Stratten, en 1980, otra terrible crónica negra de Hollywood que llevó al cine Bob Fosse en Star 80? Bogdanovich utilizó la obra de teatro de Steven Peros en que se basa el film (titulada originalmente Everybody Charleston) para hablar de sus demonios personales y de una época que siempre le fascinó. Una época, los primeros años de Hollywood –con sus estrellas endiosadas y sus locos y escandalosos comportamientos– que describe tan bien en un momento de El maullido del gato la escritora inglesa Elinor Glyn: «Tengo un sueño recurrente. Vuelvo al Oneida y lo paso de miedo. Pero veo cuan ridículos son todos y me pregunto por qué no se dan cuenta. Entonces veo que también yo lo soy. Pero es tan divertido que no podemos parar. Si paráramos, no tendríamos nada».

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