Hay cuatro películas que son un modelo en el cine de reporteros de guerra. El año que vivimos peligrosamente (The Year of the Living Dangerously) (1982), con Mel Gibson, Linda Hunt y Sigourney Weaver en la convulsa Indonesia de 1965, cuando la revolución comunista contra el presidente Sukarno. Bajo el Fuego (Under Fire) (1983), con Nick Nolte, Joanna Cassidy y Gene Hackman en la Nicaragua de la década de 1980. Los gritos del silencio (The Killing Fields) (1984) con Sam Waterston en la Camboya de 1972. Y Las flores de Harrison (Harrison’s Flowers) (2000), donde Andie MacDowell busca a su marido reportero de guerra en la Yugoslavia arrasada por la guerra.
De todas, Civil War a la que más se parece es a Bajo el fuego, la obra maestra de Roger Spottiswoode con música de Jerry Goldsmith. Y no sólo por ese recurso que consiste en paralizar la imagen cuando los reporteros hacen las fotos. También por el ambiente que retrata, con esos profesionales que se juegan la vida y coinciden en hoteles donde fluye la información.
La gran diferencia de Civil War con esas cuatro excelentes películas es que, mientras estas están ambientadas en conflictos reales, la acción de lo nuevo de Alex Garland se desarrolla durante una hipotética guerra civil en Estados Unidos.
Lee (Kirsten Dunst) y Joel (Wagner Moura) quieren llegar a Washington para entrevistar y fotografiar al presidente del país porque todo apunta a que va a caer en breve. Los soldados de las Fuerzas del Oeste (Texas y California) están a punto de llegar y su objetivo es asesinar al mandatario. A Lee y Joel se unen en el viaje la joven de 23 años Jessie (Cailee Spaeny) y el veterano periodista Sammy (Stephen McKinley Henderson). El viaje de los cuatro será un paseo por el infierno, cientos de kilómetros por un país devastado.
Calles y autopistas desiertas, ciudades arrasadas, controles militares, vecinos matándose entre sí, ejecuciones públicas, campos de golf regados con cuerpos de militares muertos, bosques en llamas, tanques circulando por las carreteras y Jesse Plemons (marido en la vida real de Kirsten Dunst) con gafas de sol rojas en una aparición especial para bordar una memorable, tensa, brutal y espeluznante escena que te mantiene en tensión los cerca de diez minutos que dura. El juicio final. El caos absoluto. Una película dura y sin concesiones, con cuatro profesionales de la información, Lee y Jessie reporteras gráficas y Joel y Sammy periodistas, jugándose la vida para llegar a la noticia.
Lee se llama como Lee Miller (y así se lo recuerdan). Esta mujer fue una periodista de guerra para la revista Vogue durante la Segunda Guerra Mundial, un modelo para muchas mujeres que se quieren dedicar a este oficio y en el cine con el rostro de Kate Winslet en una película pendiente de estreno que se titula simplemente Lee (2023).
En Civil War vemos un Estados Unidos que nada tiene que ver con lo que estamos acostumbrados a ver en el cine. Cuando los cuatro protagonistas llegan a un pequeño pueblo donde parece que la vida es normal, que no ha llegado la guerra, que hay gente en las calles y las tiendas están abiertas, exclaman: ¡Hemos viajado en el tiempo! «Este sitio es como todo lo que había olvidado», dice Lee. «Nunca había pasando tanto miedo y nunca me había sentido tan viva» comenta la aprendiz Jessie mientras un delgadísimo Walter Moura (el actor brasileño que fue Pablo Escobar en la excelente serie Narcos) mira el cielo y contempla una escena que parece sacada de Apocalypse Now (1979): helicópteros volando amenazantes. Minutos después, entramos con los cuatro periodistas en un escenario que nos lleva directamente al de películas como Black Hawk Down (2001), el infierno en Somalia, o La chaqueta metálica (Full Metal Jacket) (1987), el infierno en Vietnam.
Toda la parte final de Civil War se desarrolla en La Casa Blanca. Pero esta película no es Asalto al poder (White House Down) (2013) ni Objetivo: La Casa Blanca (Olympus Has Fallen) (2013). Esto es otra cosa mucho más perturbadora.
Civil War ha sido número uno en el fin de semana de su estreno en Estados Unidos. Recaudó 26 millones de dólares, más que cualquier otra película de la productora estrella del momento, A24, superando a Hereditary (2018), que hizo 14 millones.