Philip Marlowe y la rubia de ojos negros

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Marlowe es un placer cinéfilo, y más concretamente una gozada para los amantes del cine negro. En la película, ambientada en el Hollywood de la década de 1930, hay una actriz de medio pelo que se llama Amanda Toxteth (Seána Kerslake) que cuando la conocemos está en pleno rodaje de una película de gángsters en los platós de Pacific Studios (claro equivalente de la mítica RKO).

Pero lo importante es que Amanda ya está maquillada para la escena, preparada para rodar, y resulta que uno de sus ojos está recubierto de una prótesis que nos viene a decir que alguien le ha metido una bala ahí. Eso es Chinatown (1974) y ese es el triste y brutal, además de inesperado, final de su protagonista femenina, Evelyn Mulwray (Faye Dunaway).

La primera aparición de la misteriosa Clare Cavendish (Diane Kruger) en la oficina de Philip Marlowe (Liam Neeson) es muy parecida a la primera aparición de la fascinante Evelyn en la oficina del detective J.J. Gittes (Jack Nicholson) en la obra maestra de Roman Polanski, tan grande y tan influyente, que hasta hay un libro que cuenta cómo, por qué y lo que pasó mientras se rodó (y lo que ocurrió después con Los dos Jakes (The Two Jakes. 1990). Se titula El Gran Adiós: Chinatown y el ocaso del viejo Hollywood (The Big Goodbye) (Es Pop Ediciones) y su autor es Sam Wasson.

Diane Kruger, la rubia de ojos negros

Pero no sólo de Chinatown bebe Marlowe. Ahí está en estado puro, por supuesto, su creador, Raymond Chandler, pues la película está basada en la novela de 2014 La rubia de ojos negros (The Black-Eyed Blonde), de Benjamin Black, que no es otro que John Banville escribiendo con pseudónimo cuando se mete en los terrenos de la novela negra. Banville recibió el Príncpe de Austurias de las Letras en 2014 y fue elegido personalmente por los herederos de Chandler para continuar con los casos de Marlowe.

Y si hablamos de cine negro, hay que pasar por El Halcón Maltés (1941), considerada la primera gran película del género, con guion (en colaboración con Dashiell Hammett) y dirección de John Huston. En Marlowe se nombra a El Halcón Maltés, pero es que además sale Danny Huston, hijo de John y aquí metido en la piel de un personaje igual de repulsivo que el que interpretó su padre en Chinatown («¿Se acuesta usted con mi hija? Vamos señor Gittes, no tiene que pensar mucho para saber la respuesta»).

Danny Huston y Liam Neeson

Cuando se estrenó la película de Roman Polanski, la crítica Pauline Kael escribió: “Todo parece ultrapremeditado, fúnebre, pesadillesco; la maldad campa a sus anchas. No te importa quién salga perjudicado, porque todo es desolación. No obstante, la maldad tiene un estilo visual y fascinación”.

La maldad también campa a sus anchas en Marlowe. Floyd Hanson (Danny Huston) regenta con malas artes un tugurio nocturno que se llama Corbata. El gran Alan Cumming está repulsivo como Lou Hendricks, uno de esos secundarios memorables que siempre ha tenido el cine negro. Jessica Lange, en su primera película en seis años, llena la pantalla como Dorothy Quincannon, leyenda del cine retirada “a tiempo” que tiene “más dinero que la Reina de Saba” y es la intrigante madre de Clare Cavendish.

Jessica Lange, la gran dama

En Marlowe todos los personajes buscan al desaparecido Nico Peterson (interpretado por el canadiense François Arnaud), un gigoló que trabaja en el cine. Aquí hay un homenaje a La máscara de Dimitrios, la novela de Eric Ambler y la posterior película de 1944, donde todos iban tras el escurridizo y quizás asesinado Dimitrios Makropoulos.

Y en el centro de la enrevesada trama, Philip Marlowe, interpretado por Liam Neeson. Según Raymond Chandler, Marlowe tiene entre 36 y 40 años. Neeson tiene 70. Eso lo saben Neil Jordan, el guionista William Monahan (Oscar por Infiltrados. 2006) y el propio Neeson. Por eso, en una escena donde Marlowe se enreda a guantazos con dos matones, el detective termina diciendo: “ya estoy mayor para esto”.

Liam Neeson, ¿demasiado mayor? Él cree que sí

Chinatown se estrenó en un momento convulso de la historia de Hollywood. Como dice Sam Wasson: “Televisión desde luego no era. Los adultos de Los Angeles tendrían que salir de casa y reservar una velada completa para ver Chinatown. Tendrían que dedicar tiempo y dinero (entradas, canguro, aparcamiento, palomitas, cena), una inversión que, más que menoscabar la experiencia, lo que hacía era dignificar la película, a los cineastas y el propio hecho de ir al cine, imbuyéndole con el valor de la expectación, del romanticismo, las conversaciones sesudas y el deseo de participar en un acontecimiento relevante. Incluso tener que hacer cola era un pequeño acontecimiento”.

No podemos pedirle tanto a Marlowe, pero ojalá ponga una piedra más en el camino que nos lleva a las salas de cine.

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