Las frases de Raymond Chandler están en Marlowe

Hemos elegido tres novelas de Raymond Chandler protagonizadas por Philip Marlowe, The High Window (La ventana siniestra) (1942), The Lady in the Lake (La dama del lago) (1943) y The Little Sister (La hermana pequeña) (1949), y hemos seleccionado algunas frases para hacernos una idea de la genialidad del escritor y a lo que se han enfrentado con Marlowe, primero Benjamin Black / John Banville tomando el testigo de Chandler, y luego William Monahan adaptando la novela para el cine.

La hermana pequeña (The Little Sister)

Comida basura, pero servicio rápido. Te dan de zampar y te echan a patadas.

Salí y tomé un poco de aire nocturno, aprovechando que nadie ha encontrado aún la manera de cobrarte por él. Pero seguro que ya hay un montón de gente buscando el modo y acabarán por encontrarlo.

A lo largo del corredor había puertas abiertas con la luz encendida, donde las mujeres de la limpieza todavía estaban retirando los residuos de las horas malgastadas.

Llevaba una americana deportiva blanca y negra que le habría quedado fatal hasta a una cobra.

Debería romperle la cara de una bofetada. Y deje de hacerse la inocente o no le daré precisamente en la cara.

Será mejor que le llame mofeta, encanto. No entiende palabras tan largas como comadreja.

El olor a polvo viejo flotaba en el aire, tan rancio y vulgar como una entrevista a un jugador de fútbol.

Me miró como si yo acabara de surgir del fondo del mar con una sirena ahogada debajo del brazo.

Tan seguro de mi porvenir como una bailarina de ballet con una pata de palo.

Decir que tenía una cara capaz de parar un reloj habría sido insultarla. Habría podido detener un caballo desbocado.

De pronto el cuarto estaba tan lleno de silencio como si se hubiera caído un pastel al suelo. Salí a través del silencio como si estuviera andando por debajo del agua.

Era un hombre vacío. No tenía rostro, ni intenciones, ni personalidad, ni siquiera nombre. No tenía ganas de comer; ni siquiera tenía ganas de beber. Era una hoja del calendario del año pasado, arrugada y tirada al cesto de los papeles.

Esta noche saldría hasta con un loro enfermo.

Si los actores no llevaran una vida intensa y bastante desordenada, si no se dejaran arrastrar tanto por sus emociones… bueno, no serían capaces de coger esas emociones al vuelo e imprimirlas en unos momentos de celuloide o proyectarlas a través de las candilejas. 

Estaba bien, pero podía haber estado diez veces mejor. Claro que, si hubiera actuado diez veces mejor, habrían cortado la mitad de sus escenas para proteger a la estrella. 

La dama del lago (Lady in the Lake)

Su desconsuelo tenía cierto sabor teatral como a menudo sucede cuando es verdadero.

Muerto -dijo-, el pobre egoísta, ordinario, repelente, guapo y traidor. Muerto, frío y acabado. No, Sr. Marlowe, no soy yo quien le ha matado.

Un pájaro de elevada estatura, con el aire de un sujeto incapaz de aguantar bromas.

Una ligera brisa acariciaba la copa de los pinos, produciendo un susurro parecido al de las olas al morir suavemente en la playa.

Un asunto sucio entre dos sujetos poco limpios, demasiada sensualidad, demasiada bebida, demasiado acercarse a un desenlace de odios salvajes, impulsos asesinos y muerte.

No podemos hacer que las cosas tengan algún sentido donde no hay ni vestigios de él.

Es usted la zorra con mayor sangre fría que haya visto jamás.

Yo contemplaba las gruesas hileras de naranjos que pasaban a nuestro lado como los radios de una rueda.

La misma brisa ligera, el dorado sol y el cielo azul claro. El mismo aroma de los pinos, la misma fresca suavidad del verano en las montañas.

La ventana siniestra (The High Window)

Parecía un poco triste, como si hubiera estado esperando durante mucho tiempo y se estuviera desanimando.

Tenía una especie de olor seco y rancio, como el de un chino bastante limpio.

Tenía una nariz suficientemente larga como para meterse en todo.

Quizá tuvieron que levantarla de los almohadones y sacarle la botella de oporto de sus duras garras grises y pasarle el teléfono. De pronto alguien se aclaró la garganta en la línea. Pareció un tren de carga al atravesar un túnel.

Cuando entré en el cuarto se estaba sirviendo un vaso de lo que parecía ser la misma botella de oporto, aunque probablemente ésta era la nieta de la anterior.

No me gusta esta casa, ni usted, ni el ambiente de terror que reina aquí, ni el rostro exprimido de esa chiquilla, ni ese monigote de hijo que tiene, ni este caso, ni la verdad que me cuentan sobre él, ni las mentiras que me cuentan sobre él.

Ustedes son tan simpáticos como un par de pelotas de golf perdidas.

Me voy como lo hago siempre. Con una sonrisa alegre y un ligero saludo con la mano. Y con un profundo y sincero deseo de no volver a verlo en una pecera. Buenas noches.

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