En los primeros minutos de El Oscar (1966) aparece brevemente Broderick Crawford (1911-1986) haciendo de un sheriff corrupto. Hablamos del actor que ganó el Oscar por All the King’s Men (El Político) (1949), y está fantástico. A continuación, hay una escena ambientada en un mugriento club de striptease y el dueño resulta ser Ed Begley (1901-1970), rastrero y malhumorado como sólo este gran actor, Oscar como secundario por Sweet Bird of Youth (Dulce pájaro de juventud) (1963), sabía ser. La buena noticia es que Crawford y Begley salen en la película. La mala es que, tras sus respectivas y muy cortas escenas, no vuelven a salir más.
The Oscar (El Oscar) (1966) habla de Hollywood a través de la historia de un joven ambicioso y sin escrúpulos, aspirante a actor que sale de un tugurio, se convierte en estrella y se obsesiona por conseguir el premio de la Academia cuando, contra todo pronóstico, es nominado. Una voz en off nos cuenta su ascensión al estrellato y, como el tipo es un impresentable violento, maleducado y amoral, vemos cómo por el camino deja un reguero de cadáveres.
Es inevitable que nos acordemos de The Bad and the Beautiful (Cautivos del mal) (1952), la obra maestra de Vincente Minnelli (1903-1986) que utilizaba el mismo método para contarnos la historia de un productor bastante cabrón. Y de The Barefoot Contessa (La condesa descalza) (1954), la obra maestra de Joseph L. Mankiewicz (1909-1993) que también utilizaba una voz en off para contarnos el triunfo y posterior caída de una diosa del cine inspirada en Rita Hayworth (1918-1987). Y hasta podemos mencionar The Legend of Lylah Clare (La leyenda de Lylah Clare) (1968), el Grand Guignol firmado por Robert Aldrich (1918-1983) a modo de macabra y venenosa carta de amor al cine. Incluso de Fedora (1978), o Billy Wilder (1906-2002) intentando recordar cómo hizo Sunset Boulevard (El crepúsculo de los dioses) (1950).
El problema es que El Oscar no es como ninguna de estas películas. Es peor, o mejor, según se mire, porque se puede disfrutar dentro de que es irritante, ridícula, no tiene vergüenza y es melodramática hasta lo insoportable. Quizá por eso también resulta irresistible.
La película está basada en una novela de Richard Sale (1911-1993), autor también de White Buffalo, llevada al cine en 1977 por J. Lee Thompson (una especie de antecedente de Razorback. 1984), y especialista en literatura Pulp como creador de, entre otros muchos, Candid Jones, investigador y fotógrafo, y Daffy Dill, reportero descarado, y sus aventuras seriadas publicadas en el magazine Detective Fiction Weekly.
La dirección y adaptación de El Oscar está en manos de Russell Rouse (1913-1987), que no hay que olvidar es el guionista premiado con un Oscar por The Pillow Talk (Confidencias a medianoche) (1960). Es un dato para tener en cuenta, aunque no definitivo, para valorar esta sátira sobre Hollywood.
En la novela, el protagonista, Frank Fane, idea un plan para arruinar la reputación de sus cuatro rivales ficticios en los Oscar. En la película eso no se podía dejar así y se cambia ligeramente el plan del protagonista. Los otros cuatro candidatos a Mejor Actor son estrellas reales de Hollywood, «nominados» por películas ficticias. Ellos son Richard Burton (1925-1984), Burt Lancaster (1913-1994) y Frank Sinatra (1915-1998). El cuarto es Frank Fane y del quinto nada se sabe.
Richard Burton nunca ganó el Oscar, aunque estuvo nominado en siete ocasiones, sólo Peter O’Toole (1932-2013) le supera como “perdedor” histórico, y solo coincidió como candidato con Sinatra y Lancaster en la edición de 1954. En esa ocasión, Burton estuvo nominado por The Robe (La túnica sagrada), y Burt Lancaster y Frank Sinatra por From Here to Eternity (De aquí a la eternidad). Ganó este último como secundario. Podíamos pensar que entonces la historia está ambientada en 1954, pero la película comienza con la gala de los premios correspondiente a la 37 entrega, la de 1965, el año de My Fair Lady.
Rodar la gala en vivo trajo consecuencias. Como la película fue tan mal recibida, muchos piensan que a partir de ese momento la Academia registró el nombre de la estatuilla para ejercer un control estricto sobre cómo y cuándo se utilizaba. Como dijo el crítico Richard L. Coe en el Washington Post: «La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas debe haber estado bajo los efectos del LSD cuando permitió que usaran su imagen en esta película”.
Y eso que el premio y su organización no quedan mal, el que queda mal es el protagonista, el despreciable Frank Fane, interpretado tan fuera de toda lógica y de forma tan irritante por Stephen Boyd (1931-1977), -el Messala de Ben-Hur (1959) que rodó en España con Pedro Lazaga la comedia Mil millones para una rubia (1972)-, que no puedes apartar la mirada de él.
En la novela The Little Sister (La hermana pequeña), Raymond Chandler habla de “Un tipo bastante común de actor de Hollywood, de esos que nadie quiere expresamente pero que al final muchos utilizan a falta de algo mejor”. Ese era Stephen Boyd. También un actor muy querido por sus fans. Rey de la serie B, años después de su muerte por un ataque al corazón, alguien lamentó que era “una verdadera tragedia ver que un hombre tan apasionado por su trabajo, que no quería nada más que contar una historia con pasión, un hombre que se adelantó a su tiempo en muchos aspectos, terminó siendo ignorado por muchos de sus compañeros. Sin embargo, queda un hecho sobre Stephen Boyd: sus fans siguen apasionados por su trabajo hasta el día de hoy, años después de su muerte, y uno tiene que preguntarse si alguna vez se dio cuenta de que tal vez de alguna manera logró la meta que se propuso: entretener al público y llamar la atención sobre el verdadero arte de la actuación mientras mantenía el glamur y permanecía él mismo como un misterio”.
Frank Fane quiere triunfar, pero al principio le vemos en clubs de mala muerte haciendo algo así como monólogos de esos que ahora están tan de moda. Allí conoce a la maravillosa Jill St. John (1940), que interpreta a una bailarina de streptease. Luego se cruza en una fiesta con una diseñadora de moda, una sueca sofisticada que ha llegado a Hollywood persiguiendo el sueño de trabajar para la legendaria Edith Head (1897-1981). Y lo consigue, porque Head se interpreta a sí misma en la película, en plan colaboración estelar, por algo es con sus 35 nominaciones y ocho Oscar la mujer más premiada en la historia de la Academia hasta la fecha. Elke Sommer (1940), era alemana, pero pone acento para interpretar a esta fría y misteriosa dama. En un momento, él le dice a ella: “Las mujeres que piensan me confunden”. Y nos lo creemos porque a partir de ese momento Frank Fane se pasa toda la película confundido.
Y entonces aparece Sophie Cantaro, una cazatalentos a sueldo de la poderosa Galaxy Pictures, que interpreta Eleanor Parker (1922-2013). Ella es lo mejor de la película porque da vida a una mujer madura como si estuviese en modo Alexandra Del Lago en Sweet Bird of Youth (Dulce pájaro de juventud). Y se lleva todos los aplausos cuando el impresentable Fane la deja tirada en la cama con un despectivo “I’m going, Old Lady”.
Nominada tres veces al Oscar, la camaleónica y grandísíma actriz Eleanor nunca lo ganó y esa es un de las mayores injusticias de la historia de los premios. A su favor hay que decir que siempre tuvo rivales fuertes y, en el caso de la edición de 1951, donde fue candidata por el drama carcelario Caged (Sin remisión), se enfrentó con dos de las mejores interpretaciones femeninas de la historia de Hollywood: Bette Davis en All About Eve (Eva al desnudo) y Gloria Swanson en Sunsent Boulevard (El crepúsculo de los dioses). Ninguna de las tres se llevó el premio.
Miss Cantaro tiene 42 años, casi la misma edad que tenía en ese momento la actriz, descubre a Fane por casualidad durante los ensayos de una obra del off Broadway que es “una auténtica porquería”, se encapricha con el chico, se acuesta con él y lo lanza a Hollywood para que «se lo trague como un gato a un canario”.
Y no podía faltar el típico ejecutivo del Estudio, el jefe de Galaxy Pictures que interpreta Joseph Cotten (1905-1994) y dice la frase más inteligente de todas: “¿por qué sigo invirtiendo en actores cuyas películas no dan dinero?”. Seguro que esa pregunta se la han hecho miles y miles de colegas a lo largo de los años, aunque más de uno sigue pensando que, pese a todo, y como dice Raymond Chandler en La hermana pequeña, “El cine es el único negocio del mundo en el que se pueden cometer todos los errores posibles y aun así ganar dinero”.
No podía faltar en una historia sobre Hollywood y sus cloacas la periodista Hedda Hooper (1885-1966), que se interpreta a sí misma en la que fue la última aparición cinematográfica de esta cotilla venenosa e interesada. Peter Lawford (1923-1984), una de esas “más estrellas que en el firmamento” de la MGM, aparece como un actor fracasado cuyo “momento ha pasado”, lo que no deja de resultar tremendo porque, efectivamente, el momento de Lawford ya había pasado: se había peleado con Frank Sinatra y éste lo había «expulsado» del Rat Pack convirtiéndole en un apestado para la industria.
Y hay una surrealista secuencia en Tijuana en la que Stephen Boyd y Elke Sommer se encuentran con una pareja de lo más inquietante. Él es detective privado y lo interpreta el gigante Ernest Borgnine, que ganó el Oscar por hacer de tipo bueno en Marty (1956) pero se especializó en auténticos bastardos, cabrones con carácter. Ella es una ridícula mujercita que dice cosas absurdas, se llama Trina y tiene los rasgos de Edie Adams (1927-2008). Edie era toda una estrella de la comedia, especialista en imitaciones cómicas, cuyo momento de gloria llegaría un año después con The Honey Pot (Mujeres en Venecia) (1967), donde Cecil Fox (Rex Harrison) le enseña un objeto que “en alguna ocasión perteneció a Lucrecia Borgia”. Ella toda ingenua le pregunta: “¿Te lo regaló ella?”. Él, asombrado, le dice: “¿La conoces?”. Y ella responde con indiferencia: “Sólo de vista”. En El Oscar Trina le dice a Fane: “fingiré que soy tan tonta como usted cree”, y le deja aún más descolocado.
Poco a poco nos vamos enterando que Frank Fane ha llegado por fin a la cima, está muy solicitado y rueda películas sin parar, aunque no hay ni una sola escena que lo demuestre. Pero bueno, lo cierto es que trabaja con Shirley MacLaine (1934), John Wayne (1907-1979), Jack Lemmon (1925-2001) y Kirk Douglas (1916-2020), aunque el jefe del Estudio no tarda en puntualizar que el éxito de las películas se debió a la presencia de esas estrellas y no a Fane.
Y entonces ocurre lo inevitable. Dean Martin (1917-1995) se queda con un papel destinado para él en una película de espías producida por Warner (podía ser una de las tres que hizo Martin sobre el agente secreto Matt Helm, pero eran de Columbia) y su representante, antes de llamarle “vicioso y amargado”, le propone participar en un proyecto de bajo presupuesto, “una de esas películas de terror con actrices mayores conocidas”. No olvidemos que What Ever Happened to Baby Jane (¿Qué fue de Baby Jane?) se había estrenado cuatro años antes y todas las “actrices mayores conocidas” se estaban apuntando a ese fenómeno. Eleanor Parker, sin ir más lejos, rodaría en 1969 Eye of the Cat (La gata en la terraza).
El asunto se complica para Fane y resulta que no sólo Dean Martin le hace sombra, también merodean peligrosamente por ahí Rod Taylor (1930-2015) y James Garner (1928-2014). Ahí es cuando volvemos a Chandler y recordamos a ese actor de La hermana pequeña que le llamaban «Señor Trece» porque cada vez que le daban un papel era porque antes otros doce actores lo habían rechazado. Fane acaba siendo un “señor Trece”.
Para colmo, le aconsejan que baraje la posibilidad de refugiarse en la televisión y se queda horrorizado con la idea. Todavía faltaba mucho para que los actores de cine dejaran de mirar por encima del hombro a los de la pequeña pantalla.
Como sólo te recuerdan si ganas, cuando a Fane le nominan por sorpresa al Oscar, pone en marcha un juego sucio que haría palidecer hasta al mismísimo Harvey Weinstein (1952). Las artimañas de Fane tienen como objetivo “amañar las emociones de los votantes”, y para eso convoca una rueda de prensa en plan “mea culpa” muy parecida a la entrevista que dio Hugh Grant en 1995 reconociendo lo mal que estaba lo que había hecho.
El Oscar está incluida entre las 10 “mejores películas malas” de todos los tiempos en The Official Razzie Movie Guide«. Es justo que esté en ese lugar.
Harlan Ellison (1934-2018), que escribió la adaptación junto a Russell Rouse y Clarence Greene (1913-1995), lloró cuando vio la película terminada, pero de espanto.
No es para tanto. Esta película hay que tomarla como entiende Jack Nicholson (1937) el propio premio Oscar: “Es bueno para quien es bueno y no resulta perjudicial para nadie”.
El Oscar se puede ver en Filmin