Cuando a principios de año se estrenó la cuarta temporada de True Detective, llamada Noche Polar, muchos medios destacaron que Jodie Foster volvía a interpretar a una detective 30 años después de El silencio de los corderos (1991).
Lo cierto es que podían haber sido menos años si la actriz hubiese aceptado volver a ser Clarice Starling en Hannibal (2001). Hay que recordar que antes Michelle Pfeiffer había dicho no a El silencio de los corderos porque la consideró demasiado oscura (lo mismo que dijo el legendario Ernest Lehman cuando le ofrecieron adaptar la novela).
Pero Jodie dijo no a esta segunda parte y se montó un buen follón. El primero que se enfadó fue Anthony Hopkins, furioso y desconsolado por la decisión de su compañera, a la que admiraba mucho (el actor siempre ha confesado que todavía no sabe cómo consiguió la actriz clavar determinados momentos en El silencio de los corderos, como cuando Hannibal Lecter llama paleta y humilla a Clarice desde su celda y ella, enfrente en el pasillo, traga saliva y aprieta la boca).
Hopkins sabía que Foster llevaba años ligada al proyecto de la secuela y participando de una u otra forma en los quince borradores del guion que existieron antes del definitivo. De hecho, cuando terminó la novela, Thomas Harris envió copias a Jonathan Demme, Jodie Foster, el guionista Ted Tally y Anthony Hopkins. Pero ni a Demme ni a Foster les gustaba por dónde estaban llevando la historia.
La actriz terminó de arreglar las cosas cuando, ante el revuelo que había provocado su negativa, emitió un comunicado: «Me han ofrecido más dinero que en toda mi carrera para hacer esta película. Pero no voy a traicionar a Clarice”.
Hannibal estuvo a punto de naufragar porque iba a resultar muy complicado que el público aceptase una Clarice cinematográfica sin el rostro de Jodie Foster.
Pero el productor Dino De Laurentiis era un viejo zorro, uno de esos hombres de cine como ya no existen, tipos que eran leyenda y con celuloide en las venas. Como dijo en su momento David Lynch: “No creo que nadie supere a Dino. Pregunta a quien quieras: nunca se rindió, siempre se lo pasó en grande. Amaba el mundo del cine”.
Así que Dino no se rindió y siguió adelante con lo que para muchos era ya un proyecto suicida sin Demme y Foster. Había que encontrar una actriz y un director, y se fue a ver a Ridley Scott al set de Gladiator. Cuentan que el director malinterpretó a qué Hannibal se refería, pensando que De Laurentiis estaba hablando del general y figura histórica de Cartago, por lo que respondió: «Básicamente, Dino, ahora estoy rodando una epopeya romana, ¿verdad? Sinceramente no me apetece llevar elefantes a los Alpes.» Dino le aclaró: «No, Hannibal LECTER». Ridley aceptó de inmediato.
“Un productor no es un contable, o un banquero o un adorno. Él es quien hace la película. Si es un fracaso, yo soy el responsable. Si es un éxito, entonces este es fruto de la contribución de los actores, el director, los guionistas, los decoradores, los músicos y la secretaria de rodaje: todos menos el productor. Así es la vida. No me quejo”, palabras del gran Dino, que nunca se quejó y siguió imbatible, ahora en busca de su Clarice. Por el casting pasaron casi cada actriz probable de Hollywood (así como una cantidad de muchas francamente improbables). Entre las primeras, Gillian Anderson, Cate Blanchett, Sandra Bullock, Jennifer Connelly, Helen Hunt, Angelina Jolie, Jennifer Jason Leigh y Hilary Swank. Entre las segundas, Heather Locklear y Denise Richards. Anderson se quedó fuera de la carrera enseguida cuando se descubrió que su contrato con Expediente X (1993) le prohibía interpretar a otra agente del FBI
El papel se lo llevó finalmente Julianne Moore y el resto es historia.