Triunfó en el Festival de Venecia, donde salió con el premio al mejor director para Brady Corbet, ha sido elegida mejor película del año por la asociación de críticos de Nueva York (y mejor actor para Adrien Brody) y ha sido nominada a siete Globos de Oro (Película, Actor para Brody, Actriz secundaria Felicity Jones, Actor secundario Guy Pearce, Director, Guion y Banda sonora).
The Brutalist, la épica y sobrecogedora historia del visionario arquitecto László Tóth (Adrien Brody), su huida de Europa tras la II Guerra Mundial, la llega a Estados Unidos para reconstruir una vida rota y el encuentro en Pensilvania con el adinerado y prominente empresario industrial Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), nos viene a decir que “Lo importante no es el viaje, sino el destino”.
László es judeohúngaro, sobrevive al Holocausto, emigra a Estados Unidos para emprender una nueva vida y sueña con reencontrarse con su esposa Erzsébet (Felicity Jones), atrapada junto a su sobrina (Raffey Cassidy) en la Europa oriental de posguerra. La película habla, en definitiva, de cómo la promesa del sueño americano demuestra ser una mera ilusión porque su prominencia y su reputación como arquitecto de éxito en Budapest no parecen resonar en el aristocrático entorno de Pensilvania.
Adrien Brody nos lo resume mejor: “Es el viaje de un refugiado conectado con su pasado, pero a quien también han despojado de ese pasado. Está tratando de abrirse camino en un nuevo país con normas que no conoce”.
Es la historia de cómo el sueño americano se vuelve tóxico. En la película esto ocurre cuando el protagonista acepta el mecenazgo del rico empresario industrial a cambio de construir un monumento conmemorativo a la difunta madre de este en la enorme propiedad del oligarca, en el estado de Pensilvania. En el transcurso de la película, ese monumento se convierte en todo un símbolo de la genialidad de Tóth, de todo el sufrimiento que le acarrea la guerra y de la épica batalla en la que se enzarza con el capitalista Van Buren para poder construirlo.
Brady Corbet primero fue actor (fue uno de los psicópatas de Funny Games. 2007) y luego saltó a la dirección. El gran paso se materializó en 2015, después de haber estado a las órdenes de algunos de los cineastas más reconocidos del mundo (Michael Haneke, Sean Durkin, Lars von Trier, Ruben Östlund, Olivier Assayas, Gregg Araki, Lisa Cholodenko o Noah Baumbach). Ha rodado los largometrajes La infancia de un líder (2015) protagonizada por Bérénice Bejo y Robert Pattinson, y Vox Lux: El precio de la fama (2018), con Natalie Portman y Jude Law. The Brutalist es el tercero y su consagración definitiva. Es su proyecto más ambicioso en el que ha estado trabajando siete años. “Examina el modo en que la experiencia inmigrante refleja la artística, en el sentido de que, cuando emprendes algo atrevido, audaz o nuevo —como lo que crea el Instituto László en el transcurso de la película—, sueles recibir críticas por ello. Y luego, cuando pasa el tiempo, te idolatran y te rinden homenaje por lo que has hecho”.
El título de la película hace alusión a la arquitectura brutalista, que se puso de moda en Reino Unido en los años 50 entre los proyectos de reconstrucción de la posguerra. Con edificaciones minimalistas que muestran elementos desnudos como ladrillo visto o cemento al descubierto, el Brutalismo enfatiza lo estructural sobre el diseño decorativo, como queda patente en la obra de Le Corbusier, Marcel Breuer, William Pereira, Moshe Safdie, Denys Lasdun y Alison y Peter Smithson.
Corbet y Mona Fastvold, colaborada y pareja sentimental del cineasta, con el que tiene un hijo, se confiesan, evidentemente, fascinados por la arquitectura brutalista y su relevancia física y psicológica. “Para nosotros, la psicología y la arquitectura de posguerra, incluido el Brutalismo, son realidades íntimamente conectadas, y es algo que plasmamos en la película mediante la construcción del Instituto, una manifestación del trauma de 30 años de László Tóth y la consecuencia arquitectónica de las dos guerras mundiales. Nos pareció poético que los materiales desarrollados para la vida durante la guerra se incorporasen luego a proyectos corporativos y residenciales en los 50 y 60 por obra de figuras como Marcel Breuer y Le Corbusier. El Brutalismo puede ser austero, pero también es un estilo monumental; crea extraños objetos de amor y desprecio a partes iguales y que lleva un tiempo desplegar en el imaginario colectivo, porque la gente no es capaz de asimilarlos en el momento. Esto, para mí, es un reflejo de la experiencia inmigrante, y el Brutalismo es un estilo arquitectónico principalmente creado por inmigrantes. Tanto en alcance como en escala, los edificios brutalistas piden visibilidad, pero a quienes los diseñan o construyen les toca luchar por su derecho a existir».
Las dos películas anteriores del director eran de carácter histórico: La infancia de un líder (2015), que narra la historia de un joven estadounidense en Francia que acaba convirtiéndose en un dictador fascista, estaba ambientada entre 1918 y 1940; su continuación, Vox Lux: El precio de la fama (2018), se desarrollaba entre 1999 y 2017 y seguía la pista del ascenso de una estrella norteamericana del pop con un trasfondo de violencia armada y los ataques terroristas del 11-S. Las películas de Corbet son un pulso a momentos claves del siglo XX.
Pero The Brutalist va más lejos. “Una cosa que tienen en común mis tres películas es que tratan en gran medida de la naturaleza cíclica de la historia. The Brutalist es una película histórica y tiene mucho que decir sobre la experiencia de la inmigración en Estados Unidos y sobre cómo fracasa el sueño americano con László y Erzsébet Tóth”.
Mientras investigaba, Corbet consultó con el experto en arquitectura Jean-Louis Cohen, cuya obra sobre Le Corbusier y Frank Gehry es de las más veneradas. Al visitarlo en Princeton, donde da clases, Corbet le preguntó a Cohen si conocía alguna figura histórica que hubiera fundado una firma arquitectónica en una parte del mundo y que acabara siendo víctima del desplazamiento y del exilio en una guerra hasta el punto de obligarlo a volver a empezar en el extranjero.
Cohen fue incapaz de pensar en un ejemplo real, así que Corbet y Fastvold crearon una historia de ficción, aunque refleja la de artistas claves del Brutalismo, como Louis Kahn, Mies van der Rohe y, sobre todo, Marcel Breuer, de procedencia húngara, que diseñó en Museo Whitney de Nueva York, actualmente conocido como el Met Breuer.
The Brutalist, a lo largo de sus tres horas 35 minutos, es todo un desafío para los intérpretes. La película les pide a todos altas exigencias emocionales. En la historia se emplean múltiples idiomas, dialectos y acentos, entre ellos el húngaro. Adrien Brody y Felicity Jones tuvieron que aprenderlo, un idioma conocido por su dificultad, y luego incorporar acentos húngaros a sus diálogos, predominantemente en inglés.
Además, la película recrea con destreza la vida urbana y rural de Estados Unidos en la Pensilvania de mitad de siglo, lo que requería un diseño de producción específico en cuanto a la época y el enclave. La fotografía de Lol Crawley fue en ese aspecto fundamental. También fue necesario crear la imponente y altamente simbólica visión arquitectónica conocida como el Instituto, que László va construyendo en diferentes fases y que comienza sobre una colina de Pensilvania para luego ir desarrollándolo en el transcurso de muchos años. Como dice el director, “la película trata de muchas cosas, entre ellas construir un edificio, aunque también sobre hacer una película. La arquitectura y el cine tienen mucho en común porque hace falta más o menos el mismo número de personas para construir un edificio que para hacer una película. Para mí ha sido una forma de hablar sobre el aspecto más burocrático del proceso artístico”.
Nota Final: The Brutalist dura tres horas 35 minutos. Nada que objetar, aunque se agradece que se incorpore una pausa de 15 minutos en el guion que llega a mitad de la película, separando en dos capítulos diferenciados la llegada de László a Estados Unidos de la de su esposa. “Es un intermedio integrado en el propio metraje porque es una historia larga que se extiende a lo largo de varios años y décadas. No queríamos que los exhibidores tuvieran que detener la película y encender las luces, cosa que puede interferir con su rutina”.