Matt Angel y Suzanne Coote son pareja y hacen películas de suspense. También son más cosas. Él empezó como actor siendo niño y en Open House (Puertas abiertas) (2018) se reserva una pequeña intervención como policía que acude a la casa en el bosque donde están los dos protagonistas para comprobar que todo está en orden.
Pero no lo está, porque los objetos desaparecen o aparecen en lugares distintos de donde los dejaron los habitantes de esta casa deshabitada. Por ejemplo, el móvil. La madre, Naomi (Piercey Dalton), y el hijo, Logan (Dylan Minnette), que se han instalado en la casa de la hermana de ella para pasar el duelo por la muerte en un accidente del marido y padre, sospechan que pasa algo. La casa está en venta, de ahí lo de “puertas abiertas” para posibles compradores. Y la casa esconde un secreto. Logan dice que la vecina, Martha (Patricia Bethune), es muy rara, y Chris (Sharif Atkins), otro vecino, piensa que “este sitio de mal rollo a veces”.
Algunos críticos dijeron que Puertas abiertas era una película fallida. Pues ya quisieran muchas de terror con el doble de presupuesto ser tan efectivas como esta.
No se puede pedir más de una trama de lo más entretenida con una serie de buenos sustos por aquí y por ahí. 1 h y 34 minutos de suspense con un final demoledor que no te esperas.
Angel y Coote escriben y dirigen y después de Puertas abiertas estrenaron Hipnótico (2021), la historia de una mujer (Kate Siegel) que, como Gene Tierney en Vorágine (Whirlpool) (1950), cae en las manos de un siniestro y manipulador hipnoterapeuta.
Esta no es tan buena como Puertas abiertas, pero es igual de eficaz y entretenida. No te las pierdas, están en Netflix y ha llegado la hora de reivindicar a esta pareja de cineastas que hacen películas de suspense.