Entre abejas de veneno virulento y tiburones hasta arriba de cocaína

El domingo fue un día cinematográfico muy duro, pero porque yo quise que así fuera. En laSexta me encuentro con El enjambre (The Swarm) (1978) y en Netflix con Miedo profundo (Deep Fear), así que me las trago las dos. La primera va de abejas asesinas y la segunda de tiburones y cocaína. En la primera sale Lee Grant y en la segunda Macarena Gómez, por citar dos buenas actrices que siempre están bien, aunque en esas dos películas podían haber estado diez veces mejor. Claro que, si hubieran actuado diez veces mejor, habrían cortado la mitad de sus escenas para proteger a la estrella. 

Las estrellas que había que proteger en El enjambre eran Michael Caine, Katherine Ross, Richard Widmark, Olivia de Havilland y Henry Fonda, que aquí forman el reparto más ilustre y horrible de todos los tiempos. Aunque pensándolo bien, ninguno de ellos necesitó nunca protección y el que menos Michael Caine. La que sí necesita protección y mucha es la protagonista de Miedo profundo, que es de Rumanía y se llama Madalina Ghenea. Luego volveremos a ella.

Michael Caine hizo El enjambre por dinero. Lo dice él no yo. Como también hizo por pasta Más allá del Poseidón (1979) y Tiburón, la venganza (1987). En la secuela de La aventura del Poseidón es donde Mike Turner, su personaje, se pregunta extrañado refiriéndose a Celeste Whitman, la protagonista femenina: “¿Dónde diablos he encontrado una tipeja así?”. La tipeja la interpreta Sally Field que, a su vez, se queja de que ese tipo la trata “como una zapatilla”. Visto lo visto, a Sally le hubiera ido mejor si Caine no la hubiera encontrado nunca.  

Cuando le preguntan a Caine que por qué hizo esas películas, suele responder que no las ha visto pero lo que sí ve todos los días son las maravillosas casas que adquirió con el dinero que le pagaron. Concretamente, con el salario de El enjambre le compró a su madre una en Los Ángeles. El periodista Michael Parkinson le soltó a la cara un buen día que El enjambre es una de las peores que había hecho, y el actor se defendió recordando con razón que no estaba solo en el desastre: «Henry Fonda también estaba en ella, ¡pero parece que yo tengo la culpa de todo!». Claro que un poco de culpa sí que tiene, es lo que pasa cuando aceptas participar sin leer el guion porque estás impresionado por la cantidad de grandes estrellas que ya hay confirmadas en el reparto. 

A Caine se le podía preguntar por El enjambre, no así a su director y productor Irwin Allen, el rey del cine de catástrofes, que estaba tan deprimido que prohibió a cualquiera de sus empleados volver a mencionarla.

En El enjambre Caine interpreta al doctor Brad Crane, que está en el sitio equivocado en el momento menos adecuado, como le pasa al propio actor en esta película. Caine recita sus frases como si estuviera leyendo la guía telefónica y nos da la impresión de que le trae sin cuidado que las abejas lleguen a Houston, Texas.

Lo más inteligente que dice este señor es algo referido a que la abeja africana posee un veneno más virulento que la temida medusa africana. Aunque pensándolo bien creo que eso no lo dice él, lo dice el doctor Andrews (José Ferrer) o el doctor Hubbard (Richard Chamberlain). Bueno, da lo mismo quien dijera la maldita frase como da lo mismo quién dice qué a lo largo de las dos horas que dura la invasión de abejas.

Peter Bart recuerda en el libro Infamous Players: A Tale of Movies, the Mob (and Sex) que “sólo el hecho de contarle el argumento de Darling Lili (1970) a mi equipo me obligó a hacer un esfuerzo para mantener la seriedad”. A Stirling Silliphant le debió pasar lo mismo con El enjambre. Y es una lástima que no se le ocurriera a él el mejor chiste de esta historia. A Olivia de Havilland le picó una abeja durante el rodaje y alguien comentó que seguro que la había mandado su hermana Joan Fontaine, a la que no podía ni ver.

La película por lo menos le tiene a él, Stirling Silliphant, el guionista que ganó un Oscar por En el calor de la noche (1967) y escribió los clásicos del cine de catástrofes La aventura del Poseidón (1972) y El coloso en llamas (1974). En cambio Miedo profundo no tiene a nadie. Tan sola está que se presenta como una total pérdida de tiempo sin sentido. No podía existir ningún motivo para producirla. Nadie necesitaba hacerla y nadie necesita verla. Es totalmente innecesaria. 

Es tan falsa que hasta lo que vemos en pantalla no es el Caribe, donde nos dicen que transcurre la trama, sino Malta.

A Madalina Ghenea la recordamos en su impactante aparición desnuda ante a Harvey Keitel y Michael Caine en La juventud (2015), de Paolo Sorrentino, y en una brevísima escena como Sophia Loren en La casa Gucci (2021), de Ridley Scott. Miedo profundo logra difuminar esos dos buenos momentos con una ridícula historia donde Madalina interpreta a una chica con traumas que se va por el mar sola con su velero y termina atrapada con dos psicópatas y rodeada de tiburones que han tragado cocaína. Contado así, esto parece Calma total (1989) o Cocaine Bear (2023), pero no lo es. Madalina no es Nicole Kidman ni Macarena Gómez es Billy Zane. Supongo que si le preguntan a la actriz española que por qué aceptó esta película contestaría, como Michael Caine, que por dinero, aunque ella podría dar una razón más que entendemos perfectamente: para pasar unas semanas en las maravillosas costas de Malta.

Madalina nada en el mar, cree que está en un anuncio de lencería, o de perfumes, dice tonterías todo el rato y se pone intensa, que es cuando se acuerda de un trauma que vivió de niña, y es cuando uno desea que se la trague el tiburón. También bucea, aunque parece que en vez de en el fondo del mar está tumbada en la chaise longue de su casa de Milán. Es entonces cuando echamos de menos a Jacqueline Bisset en Abismo (The Deep) (1977) o incluso a Carole Bouquet en Solo para sus ojos (1981).

De todas formas, nadie se explica por qué en esta película están acreditados 25 productores (entre ejecutivos y asociados) y por qué ninguno usó el cerebro en vez del dinero, aunque la respuesta puede estar en lo que pensaba Raymond Chandler, que el cine es el único negocio del mundo en el que se pueden cometer todos los errores posibles y aun así ganar dinero.

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