Las casas de apuestas, las revistas especializadas, las encuestas, los propios profesionales… Todos hacen sus pronósticos de cara a los Oscar, una ceremonia que celebra el cine, pero también, no lo olvidemos, aplaude un negocio que mueve millones de dólares. La expectación es enorme y gente tan recomendable como Meryl Streep piensa que se está llegando demasiado lejos. “Me preocupa en qué se está transformando la campaña para las nominaciones: se está convirtiendo en una auténtica campaña política y me parece de muy mal gusto”.

Y es que ganar un Oscar te cambia la vida porque es el premio más famoso que uno puede recibir si se dedica a hacer cine. También transforma la cuenta corriente de muchos. Siempre están los que lo desprecian, como Janet Gaynor, la primera actriz en ganarlo (en un lejano 1929), que dijo que “si afilaba la cabeza de la estatuilla podía utilizarla para asar salchichas. ¿Acaso sirve para algo más?”. Humphrey Bogart, que lo ganó por La reina de África (1951) pensaba que “La única manera de sobrevivir a un Oscar es no intentar ganar otro” y otros directamente se olvidan, como Natalie Portman, premiada por Cisne negro (2010) que reconoce que fue un honor, pero matiza: “en mi cabeza fue como una ventisca confusa de la que no recuerdo casi nada con detalle. Fue una gran conmoción”. También están los que casi preferirían no ganarlo, como Kim Basinger, mejor actriz secundaria por L.A. Confidential (1997) que terminó confesando que esa noche estaba muy asustada. “Y no era solo porque me hubieran dado el Oscar, sino porque sabía que eso significaba que tendría que volver otra vez al año siguiente para entregar la estatuilla. No sé si estaba en las nubes porque había ganado o si estaba mortificada porque tendría que volver”. Martin Scorsese, mejor director por Infiltrados (2006) es el más realista y considera que “Por grande que sea, la Academia no deja de ser un grupo. Y siempre hay favoritos. Por razones sentimentales. Por cómo te venden. El momento en el que te pillan. Son muchos los olvidados”.
George Sanders, que lo ganó por su inolvidable Addison DeWitt en Eva al desnudo (1950), nos saca de confusiones: «la gente suele creer que tras recibir un premio de la Academia sube el salario de uno. Por experiencia personal debo informar que esto no es así y, juzgando por los casos de algunos ganadores, uno se considera afortunado de recibir siquiera algún salario. A pesar de todo esto, todo el mundo quiere un Oscar».
Lo mejor es ser práctica y no tomarse demasiado en serio todo este asunto, como la gran Wendy Hiller, mejor actriz de reparto por Mesas separadas (1958): “Todo lo que se veía de mí en pantalla era la nuca, así que, a menos que exista un premio a la mejor interpretación de espaldas a la cámara, no veo cómo pude ganar. No me importa el prestigio que te da tener el Oscar. Aunque estoy muy agradecida, sólo espero de este premio una cosa: dinero en efectivo. Dinero contante y sonante que preceda a un montón de ofertas maravillosas para ir a trabajar a Hollywood, preferiblemente en invierno para evitar el frío horrible de Inglaterra”.
Este año las casas de apuestas, las revistas especializadas y las encuestas ya han hecho los deberes. Estos son los resultados.
Para el premio a la mejor película la gran favorita y primera en todos los pronósticos es The Brutalist. Su director, Brady Corbet es el ganador en su categoría. Según estas fuentes, Demi Moore y Adrien Brody serán la pareja de la noche y la foto de los dos levantando el Oscar recorrerá el mundo. Como intérpretes de reparto, el honor se lo llevarán Kieran Culkin y Zoe Saldaña.
Todo esto sin contar con las sorpresas, que las hay, aunque no todos los años. Nadie olvida lo terrible que es ver perder a los favoritos. Lauren Bacall, Judy Garland y la película La La Land (2016) son sólo tres ejemplos de que nunca se puede dar por sentado nada en esto de los Oscar, premios que llevan casi 100 años alegrándonos la vida.