Una mansión de ensueño en la playa de Baker Beach, en San Francisco. El brutal asesinato de una mujer que luego nos enteramos es Page Forrester, la dueña de la casa y una reconocida celebridad de la jet set. La víctima ha sido atada con cuerdas, acuchillada y con su sangre el asesino ha escrito en la pared de la habitación la palabra “Bitch” (Zorra). ¿Se trata de un asesinato ritual?, pregunta una periodista al día siguiente a Thomas Krasny, el controvertido y algo chulo fiscal del distrito, que luego, en la intimidad de su despacho, les expone a sus colaboradores su teoría sobre el crimen: “eres listo y haces que parezca que lo hizo algún puto Charles Manson”. Krasny apunta al marido de la víctima, Jack Forrester, como principal sospechoso.
Page Forrester es sorprendentemente parecida a Sharon Tate, asesinada en su casa del 10050 de Cielo Drive un 9 de agosto de 1969, donde fue atada y acuchillada, y con su sangre los asesinos escribieron en la puerta la palabra “Pig” (Cerdo). También las sospechas apuntaron al principio a un asesinato ritual y también el marido de Tate, Roman Polanski, estuvo en el punto de mira, aunque la noche de los crímenes estuviera en Londres.
La única diferencia entre el ficticio asesinato de Page Forrester en la película Jagged Edge (Al filo de la sospecha) (1985) y los muy reales crímenes de Cielo Drive es que la asistenta de la casa de Baker Beach, Consuelo Martinez, también es asesinada, simplemente porque estaba ahí, y Winifred Chapman, encargada de la limpieza y mantenimiento de Cielo Drive se libró de la matanza, aunque fue ella la que dio la voz de alarma cuando llegó a la casa a primera hora de la mañana.
Todo esto podía ser casualidad, o la simple inspiración de unos cineastas en un hecho real, pero no lo es porque el productor de Al filo de la sospecha es Martin Ransohoff (1927-2017), el hombre que descubrió y dirigió los primeros pasos en el cine de Sharon Tate.
Todo empezó cuando Sharon acudió a una prueba en Los Angeles para un papel en la serie Petticoat Junction. Ransohoff la vio en el estudio y le dijo: “Pequeña, voy a convertirte en una estrella”. El poderoso productor incluyó a la bellísima actriz en las series The Beverly Hillbillies (Los nuevos ricos) (15 episodios) y Mr. Ed (2 episodios). Y luego en el cine, donde entró en los repartos de The Americanization of Emily (1964) y The Sandpiper (Castillos en la arena) (1965), una historia pensada como un vehículo de Kim Novak hasta que la estrella se peleó con Martin Ransohoff y entró como protagonista Elizabeth Taylor. Pero no busquen a Sharon en la película, tenía un papel pequeño, pero sus escenas fueron eliminadas en el montaje final, según dicen, por orden de Elizabeth Taylor, celosa de la atractiva principiante.
La tercera película de Ransohoff con Tate fue El ojo del diablo (Eye of the Devil) (1966), donde la actriz aparecía la séptima en el reparto en el papel de una campesina con poderes, una bruja en una historia de ocultismo y sacrificios humanos que se rodó en Londres. Ahí se encontró por primera vez con Roman Polanski. Ransohoff les presentó en una fiesta: ese encuentro no fue casual ya que el productor se había enterado de que Polanski preparaba una nueva película y quería entrar en el proyecto.
Era El baile de los vampiros (1967), y Polanski quería como protagonista femenina a su amiga Jill St. John. Ransohoff consiguió el papel para su protegida y luego, haciendo gala de su temperamental carácter, hizo mucho más: como como si fuera Harvey Weinstein, cortó 20 minutos de la película terminada, cortes que no aprobó Polanski. Director y productor tuvieron una monumental pelea. Ransohoff también tenía los derechos de distribución en USA de Callejón sin salida (Cul-de-sac) (1966), la anterior película del director, y cortó 15 minutos. Alguien dijo que cuando se asociaron estos dos titanes con mucho genio “deberíamos haber previsto el conflicto”. Como escribe Christopher Sandford en la biografía de Polanski: “Aquellos que fueron testigos de la furia posterior de Polanski, se maravillaron de la escena durante mucho tiempo, y hablaron de ella como viejos lobos de mar recordando un huracán histórico. Después de bramar contra Ransohoff (en vano, porque Filmways, su productora, tenía el “derecho de veto final en el hemisferio occidental”), el director intentó retirar su nombre del film y a continuación concedió una entrevista en Variety diciendo: “Lo que yo he hecho es un cuento de hadas divertido, de miedo, pero esto es una especie de «Rústicos en Dinerolandia transilvano”. Una versión de El baile de los vampiros (la de Polanski) se vio en Europa y la otra (la de Ransohoff) se estrenó en USA.
Ese choque de trenes terminó también con la relación profesional entre el productor y la actriz. Tate y Polanski habían empezado una relación. Por lo menos la pareja nos dejó una película más, la maravillosa No hagan olas (Don’t Make Waves) (1967).
Después de librarse de Ransohoff, Tate hizo El valle de las muñecas (1967), que la crítica despachó como “engendro amarillista”, pero que es una de las películas favoritas de Nicolas Winding Refn y fue un éxito de taquilla. Fue la gran oportunidad para Sharon Tate, aunque no le gustaba ni la novela de Jacqueline Susann, ni el guion, ni la misma película. Tate sustituyó a la inicialmente prevista Raquel Welch.
Ransohoff siguió en el negocio haciendo de las suyas. Tuvo sus más y sus menos con el poderoso Robert Evans, gran jefe de Paramount. “Cualquier cosa que agradara a Ransohoff, Evans la odiaba con orgullo”, dice Sam Wasson en el maravilloso libro The Big Goodbye. También las tuvo sonadas con Sam Peckinpah por culpa de El rey del juego (The Cincinnati Kid) (1965). “Nunca nos llevamos demasiado bien. Es el único tipo de conozco que vuelve a casa todos los días a mediodía para cambiarse de traje”, declaró el indomable Peckinpah.
Ransohoff despidió al director a los pocos días de empezar el rodaje porque no estaba haciendo la película que él quería. Llegaron a las manos y a principios de la década de 1970, recordando esa pelea, Peckinpah, conocido como «Bloody Sam», afirmó que Ransofhoff se llevó la peor parte: «Lo desnudé tan desnudo como una de sus mentiras mal dichas».
Peckinpah fue reemplazado por Norman Jewison, y Ransohoff siguió produciendo maravillas como A las nueve cada noche (Our Mother’s House) (1967), Estación Polar Cebra (Ice Station Zebra) (1968), El estrangulador de Rillington Place (10 Rillington Place) (1971), Salvad al tigre (Save the Tiger) (1973), Alas en la noche (Nightwig) (1979) y Class (1983).
Jagged Edge se puede traducir como “filo dentado”, que en la película es el arma homicida y una de las claves para resolver el caso porque se ha encontrado un cuchillo con el borde dentado en la taquilla que tiene Jack Forrester en su club de campo.
Este filo dentado estaba destinado a ser un vehículo para Kathleen Turner y Michael Douglas, la pareja de moda en Hollywood gracias a Tras el corazón verde (Romancing the Stone) (1984). El ingenioso guion estaba firmado por un joven Joe Eszterhas, que venía del bombazo de Flashdance (1983) y luego se convertirá en uno de los guionistas mejor pagados de la historia. Un tipo con mucho carácter y nada convencional, que ha puesto en duda el talento de Quentin Tarantino, se enfrentó a la poderosa Sherry Lansing, la jefa de Paramount Pictures, y escribe con una vieja Olivetti.
Y Ransohoff estaba tan entusiasmado con él que presentó personalmente el proyecto al presidente de Columbia Pictures, Guy McElwaine, en 1983.
Esta iba a ser una película especial y Ransohoff cuidó hasta el último detalle, poniendo el foco especialmente en el reparto.
Cuando Michael Douglas y Kevin Costner rechazaron el papel del marido de la víctima, entró en escena Jeff Bridges, que venía de la excelente Contra todo riesgo (Against All Odds) (1984), el noir que le convirtió en un sex symbol, y luego haría A la mañana siguiente (The Morning After) (1986) con Jane Fonda, una película muy similar a Al filo de la sospecha. Precisamente Fonda fue otra de las candidatas para el principal papel femenino, la ambiciosa y dura abogada penalista Teddy Barnes, que termina defendiendo a Jack Forrester cuando es acusado del asesinato de su mujer. Pero la actriz exigió demasiados cambios en el guion.
Fue entonces cuando alguien puso sobre la mesa el nombre de Glenn Close, que estaba empezando y ya había conseguido tres nominaciones consecutivas al Oscar como actriz secundaria (a una del récord de Thelma Ritter, con cuatro candidaturas seguidas). Según cuenta Joe Eszterhas en su libro Hollywood Animal, Martin Ransohoff estaba en contra de la elección de Close porque consideraba que no era lo suficientemente atractiva (cuando Teddy Barnes no tiene por qué ser atractiva, ni excesivamente guapa, es más, todo tiene más lógica si no lo es). En cualquier caso, Close fue contratada y se terminó enterando de la postura que había tomado el productor con respecto a su elección, así que pidió que Ransohoff no estuviera en el set durante el tiempo que ella estuviera rodando. El director Richard Marquand se puso del lado de su actriz y llegó a echar al productor del plató. Enfurecido, este acudió a los jefes del estudio para intentar que Close y Marquand fueran despedidos. El estudio se negó porque ya sospechaban que la película estaba quedando muy bien.
Ransohoff no ha sido el único productor que ha rechazado a actrices por su físico. Ejemplos desgraciadamente hay muchos, pero famosos son los casos de Dino de Laurentiis con Meryl Streep para King Kong (1976), Stanley R. Jaffe con Jodie Foster por Acusados (1988) y los que no quisieron que Jennifer Grey protagonizara Dirty Dancing (1987). En el primer caso, el papel se lo llevó la debutante Jessica Lange, en el segundo, Foster se quedó y ganó el Oscar, y en el tercero, Grey se quedó y la película recaudó en el mundo 214 millones de dólares (costó 6).
Al filo de la sospecha terminó siendo la primera entrega de la llamada “Trilogía de San Francisco de Joe Eszterhas”, que se completó años después con Instinto Básico (1992) y Jade (1995). En las tres, el personaje protagonista se enamora del principal sospechoso de un macabro asesinato.
Pero el círculo se cierra de otra manera mucho más enrevesada. El responsable del departamento de maquillaje de Al filo de la sospecha se llamaba Pete Altobelli, un tipo que no pasará a la historia del cine pero que tiene el mismo apellido que el dueño del 10050 de Cielo Drive cuando se cometieron los asesinatos. Rudi Altobelli (1929-2011), un representante de artistas, compró la casa a principios de la década de 1960.
Al filo de la sospecha se puede ver en Filmin